En estos días que ando leyendo el segundo tomo de Borges en El Hogar (Emecé, 2000) me doy cuenta que la primera vez que supe de él fue en por una revista similar Vanidades (o acaso Buenhogar?), de esas que las mamás solían comprar o prestarse en Latinoamérica a partir de los años sesentas. Y me parece curioso que fuera en una de esas femeninas publicaciones donde también me enteré de la existencia de Vargas Llosa y García Márquez.
Borges y yo. O sea, yo: Miguel Gonzalo Jaramillo, Guely de Guelyland. Y aquí les cuento cómo empezó esto para mí.
Era un artículo sobre un pintor que había conseguido hacer posar a nuestro querido escritor argentino para un retrato. Recuerdo que la gracia del mencionado reportaje estaba en que el olvidado pintor había logrado lo que nadie hasta ese momento: sentarlo quieto y retratarlo. Habían fotos de Borges posando resignado y del cuadro terminado. Se mencionaba su ceguera.
Por esos años solíamos visitar con mi viejo, abuela y hermanos la chacra del papá de un amigo suyo, Osvaldo Castillo. Don Osvaldo era un camanejo (que no arequipeño!) que con sus familiares y su padre, a quien sólo conociamos por el apelativo de "Don Pipocho", tenían esta linda chacra en Huaral. Al Norte de Lima. La cosa es que a Don Pipocho, que según mi viejo debía tener cerca de ochenta años y era el paradigma del hombre viejo, fuerte y sano del campo, le gustaba tejer sus propias historias y contarlas al oscurecer frente a una fogata de leña. Don Pipocho, a quién la abuela Esperanza insistía erroneamente en llamar "Don Pinocho" tenía pues la historia de "Los Pipiripaos" que eran unos enanos que vivían en una especie de laberintos subterraneos que se me antojaban como cubiles de perritos de la pradera. No recuerdo que hacían o a que se dedicaban pero eran una especie de pitufos. Lo que si recuerdo es el comentario que en respetuosa voz baja mi viejo me confió : "Ah, como en El jardín de senderos que se bifurcan!" Cuando solté el respectivo "Qué?" Me respondió rápido y para no interrumpir la narración: "El cuento de Borges".
Y eso fue lo que supe hasta entonces: Borges, un viejo, ciego y acaso tímido escritor (porque no quería que lo retrataran) que había hecho un cuento de laberintos. Me lo imaginaba argentino o acaso español.
Pasaron los años y cuando ya tenía 16, fuí a la Biblioteca Municipal de Magdalena para estudiar y postular a la Universidad Católica. Un poco haragán me dediqué a buscar libros de animales en lugar de los que debía estar estudiando. Fue en esos viejos y bellos ficheros de madera cúbica que bajo el tema de zoología me volví a topar con el familiar nombre de Borges y el desde entonces venerado breviario del Fondo de Cultura Económica: Manual de Zoología Fantástica. Lo empecé a leer y antes de regresar a casa lo pedí prestado para terminarlo.
Un año despues, 1983, ya había ingresado a "La Católica" y por entonces era un fervoroso lector de García Marquez. Mi buen amigo, Rafael Noé, a quién había conocido años antes en el colegio, quizá cansado un poco de tanto Gabo, me hablaba en cambió de Borges. Seguro que yo también lo aturdiría con mis jaguares porque finalmente me comentó que Borges tenía un cuento con un jaguar en una pirámide azteca. Ese mismo día me presté una de las copias de la "Biblioteca de Letras".
"Entonces vi El Aleph"!
Epifanía.
Al día siguiente terminé la bellamente compleja lectura del volumen y le pregunté a Noé por otro más. Me recomendó Ficciones. Pero yo ya estaba con ganas de poseer y no de bibliotecas. Esto ya me llevó a una librería de la Avenida Larco. Todavía recuerdo a mi amigo Pancho Chirinos como el único que aceptó acompañarme, cayendo ya la tarde limeña, a tomar el bus, "La Diez", que me acercaría a la posesión del ejemplar virgen (ya había leido Las ruinas circulares y sabía de su magia). Llegamos y, no sin cierta diletante pedantería, exigí un ejemplar. El empleado me presentó la edición blanca de Alianza con su misteriosa y kepleriana portada. Consumé la transacción y lo fuí forrando en el bus de vuelta con la bolsita de papel en que me lo entregaron.
Ya nunca más he sido el mismo.