El primer libro que leí de Borges lo descubrí buscando fotos de jaguares. Cuando lo que debía estar haciendo esa mañana en la Biblioteca Municipal de Magdalena en Lima, en el cada vez más lejano año de 1982, era estudiar.
Los ficheros eran esos bellos y complejos muebles de madera donde en santa trinidad intelectual de autor, título y tema, los datos de un mismo libro se podian encontrar bajo tres busquedas distintas. Zoología era por aquel entonces una de mis palabras favoritas y de las preferidas si uno se iba a la biblioteca y acababa en plan safari de jaguares. La ficha de vieja cartulina , escrita a máquina, me dió la clave en el último profundísimo cajón. La copié y lo pedí.
Me dieron a cambio esa linda, y tan cara hoy, primera edición del Fondo de Cultura Económica (Breviarios, 125) en tela y papel de biblia impresa en 1957. Me senté en una de las mesotas de la sala de lectura y al abrir el librito y empezar a leer el prólogo me me dí con la sorpresa de que en sus primeras lineas Borges mencionaba a los benditos jaguares. Con semejante bienvenida me hundí en la lectura y entré al mundo de Borges del que, como el personaje de "La puerta en el muro" de Wells, no he vuelto a salir jamás.
Una especie de bestiario literario, el pequeño libro (10.5 x 17 cm.) de 159 páginas e ilustrado con extraños dibujos , nos presenta en textos, que generalmente no pasan del par de páginas, seres animados por las más diversas fantasías literarias y mitológicas del alephico atlas borgesiano.
Ya no he podido olvidar el A Bao A Qu, el Simurg, o a los Animales de los espejos.
Yo sólo poseo un ejemplar de la humilde tercera reimpresión de 1980 que sin embargo posee para mi un valor muy especial.
Mi ejemplar
Recuerdo que cuando lo vi en la libreria de la Universidad Católica, corrí a donde mi viejo a pedirle dinero para comprarla. Recuerdo que el día anterior él me había negado la plata para comprarme algo mucho más banal, pero cuando le dije lo de este libro, me dió la suma requerida inmediatamente. Y partí feliz, pensando en la selectividad que aplicaba mi padre a la hora gastar plata en mi y que las cosas no valen sólo por su precio monetario . Recuerdo lo contento que me puse por tener un padre así y se que esa alegría tambíen sigue viva aunque el ya no.
Han pasado los años (26? 27?) y en este momento tengo a mi lado, ya un poco amarillento, el querido ejemplar, regalado por el querido padre a su querido hijo. Se que él muchas veces me compraba los libros por que él mismo los quería y le gustaban. Pero nunca se los compraba sinó que lo hacía para mí. Cualquier día se aparecía en mi cuarto y me preguntaba "Qué tienes para leer?" Luego los conversariamos con un café, un cigarrillo o unas humitas.
Hay cosas que nunca cambiarán y hay cosas que nunca deberían cambiar.